Cesc Fábregas ha prestado su imagen para
vender auriculares. Los publicistas lo han hecho muy bien creando polémica el
día del clásico. Cuando se realizó el spot sin duda tenían marcada en rojo la
fecha del partido, pero no entraría entre sus planes que se cruzase con una
noticia tan aplastante como la muerte de Adolfo Suárez. El minuto de silencio que
el Bernabéu le ha dedicado al fallecido expresidente, contrasta con el ruido de
ese anuncio, lleno de dobles lecturas, con un sesgo de política vieja, de
estereotipos tardofranquistas y del nacionalismo facilón que tan eficaz resulta
últimamente en según qué momentos.
Algo de eso buscaba la multinacional de
los cascos al hacer su historia, que sitúa al protagonista, un jugador del
Barça, en los minutos previos a saltar al Bernabéu. Cesc se ve atrapado entre
los símbolos y los sonidos de la España negra. Los mismos que sirven de
justificación a la corriente independentista catalana y que vuelven a darle al
Real Madrid el papel de representante de la España Una. Si el Barça es más que
un club, el Madrid tiene que serlo también. Aunque no quiera.
En
off el siempre agresivo tono de las
radios filtra “un partido que decidirá la gloria española”. Los aficionados
rugen: “puta Barça, puta Cataluña”. Botas de paramilitares pisan el asfalto y,
cuando tienen voz, gritan: “yo soy español, español, españoooool”. Un exaltado
se planta delante del autobús, al grito de viva España con una bufanda de
blanco madridista y leyenda de España cañí: “olé, olé”.
Piafan los caballos de la policía, botan
los ultras, que son todos los que están en la calle. Machacan el suelo, trepan
por los capós, golpean el autobús con una mano abierta que es amenaza de puño
cerrado. Lanzan algo contra el cristal de héroe. Qué peligro. Ruge negra la negra
noche de Madrid, sólo encendida por bengalas prohibidas.
Cesc no tiene otro remedio que ponerse
los auriculares, abstraerse de ese mundo hispanomadrista y escuchar su música
preferida, que cambia la imagen de tanta fiereza. Con el fondo de la nueva
banda sonora todo es distinto. Los ultras bailan como inofensivos adolescentes
en noche de botellón y los caballos parecen jacas cartujanas marcando un paso
de marcha.
Cesc, solo contra el mundo blanco y
discretamente rojigualda que se confunde entre el humo de las bengalas, parece
decir “yo he venido a jugar”. Se independiza de todo lo demás. Huye del ruido
para dedicarse a escuchar la música en perfecta reproducción.
Ahora que el humo de la historia se ha
posado en forma de nimbo sobre la cabeza y el recuerdo de Adolfo Suárez, este
anuncio vuelve el contador a cero. Chocan los dos mensajes. Uno de concordia y
de superación de viejos enfrentamientos y otro de retorno a la división; a la
España negra y vieja, aunque esté patrocinado por auriculares de última
generación. Será que vende.