Infografía sobre "Duelo a Garrotazos" de Francisco de Goya (imagen Museo del Prado) |
Está mal decirlo esta temporada
en la que el Atlético de Madrid (del que pronto hablaremos), con humildad y con
bravura, le disputa todo a Real Madrid y Barça y gana la liga. Está muy mal, pero es cierto.
En España el mundo del fútbol es cosa de dos. Y lo es porque el mundo del
fútbol es mucho más que eso. Detrás de ambos equipos hay otras cosas, ocultas
para asomar sin aviso previo agitando banderas anteriores a la invención del
balompié.
Dos equipos y dos Españas. Enemigas
machadianas que aportan siempre una explicación facilona para entender la
patria leyendo en los posos del fútbol. Dos equipos, que representan el
imaginario de dos territorios que ven España de dos maneras diferentes. O
incluso que no la ven. Y, como cantaba la cupletista Marietina, en su nombre
hasta se llega a la agresión.
¿Agresión? He aquí un asunto de
hondo calado jurídico, pues hasta ahora ustedes tal vez estaban pesando que
este escrito se dedicaba a cosas intrascendentes, a filosofía de fondo sur o a
teoría de grada de preferencia. Nada más lejos de la realidad. Me he de referir
a un hecho verídico, sucedido en Murcia para más señas.
Fue hace dos años, en una taberna,
cuando un aficionado del Real Madrid, zaherido por los comentarios burlones que
un seguidor del Barça dedicaba a los jugadores de sus desvelos, le tapó la
boca, de palabra y obra, al grito de ¡bocazas! Maltrato de obra y 75 euros de
multa que acaba de pagar.
¿Casualidad? No lo parece si pensamos
en que, cuatro años antes de este suceso, acaeció otro de semejante fuste. Sí,
en Murcia. En la pedanía de Puente Tocinos. En este caso el protagonista,
ataviado con un chándal del Barça, rayó con muy mala idea 16 coches y, cuando se
vio condenado por la Audiencia Provincial, dijo en su descargo que él jamás
llevaría semejante chándal, pues era aficionado del Real Madrid de toda la vida
de Dios. De nada le valió su alegato, ya que los magistrados lo consideraron
“carente de validez por distorsionante”.
Maltrato de obra, alegato
distorsionante… A tales profundidades llega el fútbol cuando se mezcla con la judicatura
y las patrias. ¿Son estos asuntos jurídicos? Puede. ¿Tienen que ver con la
unidad de España? Siempre. Pero la contumacia, la redundancia y la toponimia
dicen otra cosa que raya en la parapsicología.
Sólo así se podría explicar el papel
de la huerta murciana en estos conflictos futbolero-procesales. Volvamos a Puente
Tocinos. Nada hay que parezca sospechoso en esta pedanía famosa por sus
figuritas de Belén. Nada, salvo que en sus linderos se concentran sitios
extraños que avisan de cosas de mayor trascendencia. Es así como aparece un
llamativo lugar limítrofe: Llano de Brujas. Y, por si fuera poco el misterio, no
es más que una pista para seguir hasta el pueblo vecino: Casillas. Sí. Con todas las letras. Un pueblo, con nombre de
portero del Real Madrid, repoblado tras la Reconquista por catalanes. No se
busque más. Esa mezcla imposible lo explica todo.
He aquí la clave del asunto. Como
se dice ahora en la radio, estamos ante un lugar de poder. Tal vez una puerta a
la cuarta dimensión que se activa en toda esta comarca de enigmáticas pedanías
y, sin remedio, vuelve locos a cuantos pasaban por allí hasta el punto de
llevarlos a cometer, manejados por El Maligno, cualquier fechoría en nombre del
club de sus amores.
No hay duda. Casillas tiene la
culpa.