España en Lisboa. La Europa que importa


Foto: Lavandeira Jr. para EFE.
El rey de España tuvo que viajar hasta Lisboa para darse un baño de multitudes. Lo necesitaba el día en que se enteraba por la prensa que Artur Mas, el representante del Estado español en Cataluña, pedía su ingreso en la francofonía. Había que viajar hasta Lusitania para encontrar mejor aprecio por las cosas de España.
Últimamente el rey viaja mucho en busca de la popularidad perdida y no tuvo más remedio que irse a Lisboa pues, en España, no acostumbra a ser aclamado en los estadios. Pero ayer sucedía algo histórico, en el Estadio da Luz disputaban la final de la copa de Europa dos equipos de la capital de España. Uno de los pocos lugares donde el rey puede sentirse arropado, en un acto público, siempre y cuando sean madrileños todos los asistentes. Y esa oportunidad histórica había llegado. Real y Atleti de Madrid se enfrentaban en la final de la Champions. Parecía un sueño.
Ambos equipos lucharon en Lisboa por la misma ciudad. Y esa ciudad era la capital de España. El hospitalario poblachón manchego que, en los últimos tiempos, sólo puede reivindicarse como capital del Estado en las ocasiones en que el balón está de por medio. Era, por tanto, una lucha fraternal. También una lucha encarnizada en la que, curiosamente, se compartieron símbolos. Cosa inédita en el fútbol, pero posible aquí ya que, las aficiones de ambos clubes tenían un factor común y utilizaban un símbolo compartido: la bandera de España.
La roja y gualda en el fútbol de clubes no suele utilizarse para animar sino para desanimar. Para humillarla frente a quien se siente representado por ella o para decirle a otros que no son españoles. Así que, por una vez, las aficiones se enfrentaron bajo la misma bandera, hasta que los escudos se fundieron. Leones rampantes, campos de gules, castillos de oro, barras de sangre, flores de lis, cadenas y columnas de plata. Escudos milenarios, flanqueados por los colores y los emblemas de dos equipos de fútbol disputando el mismo espacio de la enseña patria. Esa enseña es de los dos. Por una vez España no se discute. Tal vez sea esta la aportación de mayor repercusión de este partido. La imagen del jugador portugués y brasileño Pepe, con la bandera española anudada a la cintura, es un símbolo.
Eso y Lisboa sobre lo mar, como escribiría Joäo Zorro. La bellísima capital de un maltratado Portugal dando cuartel a más de 100.000 seguidores de los equipos de la capital de la maltratada España. Un símbolo más. La UEFA no tuvo la osadía de designar a un árbitro griego. Si lo hubiera hecho se habría formado la antitroika de los países subalternos de Europa, paganos de la crisis en años de desahucios y recortes. El Sur de Europa se cita en Lisboa justo el día antes de que los europeos, incluidos españoles y portugueses, deben acudir a las urnas de las elecciones europeas. Las de más flaco entusiasmo de la historia. Y ya es decir.
Como sucede en los últimos años con la marca Europa, la marca España está tocada por la desgracia, por la derrota. Sólo proyecta victoria y hasta unión en el fútbol. En esta final se pudo ver. España estaba en Lisboa. Jugando y viendo jugar al fútbol. Y mostrando ese espectáculo a varios cientos de millones de espectadores por todo el mundo. Lisboa era el centro de la única Europa que ahora parece importar.

Por cierto, ganó el Real Madrid. Que eso sí les importaba a unos cuantos.