Estamos en Lisboa. Avisos en portería.

Real y Atlético de Madrid. Dos equipos que se van pareciendo demasiado (Fotos: EFE y Atlético de Madrid).
O de como creerse los tópicos produce monstruos...
A Madrid le ha llegado un día de gloria, aunque todo pase en Lisboa. Es la primera vez que dos equipos de una ciudad se enfrentan en la final de la Champions. Acontecimiento planetario, venganza por lo de los Juegos Olímpicos, relaxing cup of café con leche in the Praça do Comércio… Perfecto, todo muy bien. Un caramelo histórico, pero puede envenenar a quien decida saborearlo hasta el final. Cuidado con ganar. A nadie le conviene.
Era Jorge Valdano el que decía que un equipo es un estado de ánimo, pero un club es la representación de un imaginario. En este blog se ha tratado en diversas ocasiones el caso del Real Madrid y el Barça, dos formas de ver España, toca ocuparse de los equipos de la capital: el Real y el Aleti son dos formas de ver Madrid, dos ciudades diferentes cuya rivalidad crece con la proximidad. Sus historias han tenido notables paralelismos. Si el Real fue fundado por catalanes, el Aleti lo fue por vascos, como delegación del Athletic de Bilbao. Si al Real se le ha acusado de ser equipo del gobierno, el Aleti, en su breve etapa de Altlético de Aviación, fue el equipo del régimen franquista. Pero hasta ahí. En las últimas décadas el imaginario que le han colgado a cada uno los diferencia y los identifica: un club señor, que es de los señores y un club sin suerte que es de los modestos. El talonario para el Real y la desgracia de ser pobre pero honrado para el Aleti.
Llega ahora el momento de decidir si esto va a seguir siendo así. Si el Aleti y el Real son dos imaginarios o uno solo. Si son la misma cosa o hay diferencias. A poco que se piense, la conclusión es venenosa. Una final al revés: ambos equipos deben perder. ¿Qué me he vuelto loco? No pierdan ustedes la calma y lean lo que sigue.
El Atlético de Madrid debe perder para ser fiel a sí mismo. No puede traicionarse ahora que está en el centro de los focos de todo el mundo. Debe perder para seguir siendo el pariente pobre de Madrid, el que malvive a la sombra de un club déspota de millonarios. Si no lo hiciera se convertiría en un club ganador y hasta rico, ya que sólo la plutocracia del fútbol llega a la final de la Champions según los estudios más recientes. Sería como el Real. Sin el romanticismo del débil, sin manera alguna de palmar, sin un Sabina que le compusiera un himno. Se borrarían las diferencias y los clubes de Madrid serían iguales. Tanta historia para esto. ¿Acaso ha desaparecido la distancia entre La Castellana y el Manzanares? El Atleti debe perder por la final contra el Bayern, por la misteriosa lesión de Gárate, por “la batalla de Glasgow”, por Babacan, por la cabeza del Mono Burgos asomando desde los infiernos, por años de derbis perdidos… ¿por qué somos del Aleti?
Por lo mismo, el Real Madrid debe perder la final. Para que el Atlético, ganando, se traicione. Ha ganado la Liga y esa teórica fortaleza lo debilita: está a punto de ser un club ganador, de los más grandes, de los pocos que pueden encadenar una Liga y una Champions en la misma temporada. De los más ricos. Esta victoria lo colocaría en el límite de pasarse al reverso tenebroso. Por eso el Real Madrid deber ayudar, está a un paso de quitarle toda la personalidad a su rival de la acera de enfrente. El Real debe perder para que el Atleti se quede sin ética y estética de club desgraciado, para que pase de matagigantes a gigante, para que no pueda argumentar el talonario de los otros, para que no sea El Pupas que mueva a la compasión y el halago. Para que al fin exista una razón para ser del Atleti y sea la misma que para ser del Real. Estocada mortal.
Lo tiene fácil, un pequeño empujón y el Aleti se despeñará por el barranco de la gloria. Morirá de éxito, pero morirá al fin. El Real se puede permitir no ganar la décima, precisamente ahora, quedarse tuerto, para que su eterno rival madrileño se quede ciego.
Por lo tanto, si la rivalidad es de verdad, si sienten sus colores, si quieren mantener su leyenda y hundir la del contrario, si aprecian en algo a su hinchada, deben perder. Es duro, sí. Nadie dijo que una final de la Champions fuera fácil, pero alguien tiene que hacerlo. En este caso ambos. No deben jugar por ganar sino por lo contrario.
Del resto, poco quedará. Más bien nada. Ni un gato por la calle. Madrid desierto. En la puerta de Alcalá se puede dejar un aviso como en la más castiza de las casas de vecindad de la más tópica de las zarzuelas: “estamos en Lisboa. Avisos en portería”.

Da igual que sea la portería de Casillas o la de Courtuois. En ambas darán razón.