Patria o muerte

La muerte se asomó al Manzanares para festejar un partido de fútbol. Al río se fue con la vida de un hombre que no parecía tener más patria que el fútbol, la misma, por cierto, que quienes lo tiraron al agua con el bazo y la cabeza reventados.
Para los dos ejércitos de sin cerebro que se citaron el 31 de diciembre a la rivera del río el fútbol era, en efecto, su patria. El fútbol y nada más. Riazor Blues y Frente Atlético. Nacionalismo gallego de izquierdas y nacionalismo españolista fascistoide. Dos bandos que tienen sus brazos en estas dos bandas armadas de cualquier cosa que haga sangre, de todo menos palabras.
El Frente Atlético y alguno de sus símbolos (Foto: byatleticofans).

 Un problema viejo. En España no parece existir la patria salvo cuando se encarna en este deporte: si hay victoria, si hay celebración, si hay juerga y banderas, si se gana el Mundial. Es el único momento de acuerdo en una empresa común, el único en que no hay discusión.
El resto del año el fútbol lo ocupa todo para unos grupos que lo han hecho su razón de ser. Su patria chica y su patria grande. Que lo utilizan por las facilidades y hasta la impunidad que las organizaciones de este deporte ofrece a los que embozan en él sus pretensiones y su verdadera ideología. No hay sitio como un estadio para concentrar a 80.000 o más personas; para gritar con libertad aquello que interese, para corear consignas políticas o mafiosas, para decirle al jefe o al vecino aquello que se calla en el ascensor.
Un estadio de fútbol puede amparar lo peor de cada uno con naturalidad, sin peligro, con permiso de la autoridad competente, ya que el tiempo siempre lo permite. En algunos países ha servido para que se grite pidiendo libertad, en países como el nuestro sirve para que algunos asesinos avienten su rabia, entrenen sus músculos, engrasen sus armas y se cisquen en todo y todos con retrasmisión televisiva planetaria. Sólo existen ellos y los suyos.
Y vuelven las patrias. La del fútbol es sólo la coartada, por debajo asoman las banderas de las otras. Son conocidas. Son de las patrias viejas. Son las banderas nacionalistas gallegas, as estreleiras que la policía retiraba a la puerta de los estadios a los Riazor Blues, ante la protesta del Bloque Nacionalista Galego (BNG). El mismo BNG que, aliado ahora con Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), pide la comparecencia en el Congreso del ministro de Educación Cultura y Deporte, para que explique qué medidas piensa adoptar su departamento para “erradicar la violencia del deporte”.
Los Riazor Blues y algunos de sus símbolos (Foto: GN A Coruña).

Enfrente ondeaban las banderas de una España que ya no es, pero que el Frente Atlético exhibe colgada de las garras nazis o partida por la guadaña de la parca. “Atleti o muerte”, dicen, pero están diciendo “patria o muerte”, como aquel comandante caribeño, barbudo y fumador. Ya es hora de que alguien mande “a parar”.
Con el beneplácito de todos han tomado como excusa lo más miserable que la patria como concepto ha aportado a la Historia. Su patria es sólo suya y ni tan siquiera es el fútbol. Es la que retratara Samuel Johnson, cuando dijo que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”.
Patria o muerte. Había dos opciones y, por desgracia, siguen eligiendo la peor.