Joan Laporta contra Blas de Lezo


Sólo en Matrix y en España un combate como éste es posible. Me refiero a la contienda entre un expresidente del Fútbol Club Barcelona y un glorioso marino muerto en el siglo XVIII. Y, como creo que no estamos en Matrix, sólo podemos estar en España. Aquí, con el permiso del Pequeño Nicolás, pasan estas cosas tan raras.
Tal vez si no fuera por Joan Laporta este artículo no tendría cabida en un blog como éste, pero el bueno de Laporta, que ha usado el fútbol para pasar a la política, al no ganar en este terreno ninguna copa, ahora está usando la política para volver al fútbol, con lo que es pertinente anotar tan fabulosa anacronía. Tarde o temprano, esto nos acabará llevando del terreno de la controversia al terreno de juego, si seguimos la trayectoria de Don Joan.
He dicho anacronía pero tal vez quería decir ucronía, pues de eso se trata ahora. Algo tan querido por los nacionalismos que sólo puede compararse el uso que el catalán hace de la Guerra de Sucesión, con el que el franquismo hizo del Imperio o los Reyes Católicos. Las cosas no fueron así. Nunca lo son cuando el pasado se utiliza para justificar el presente. Mucho menos cuando con esa maniobra se intenta torcer la realidad.
Volver a la Guerra de Sucesión es, sobre todo, querer guerra. Usarla para fabricar la munición de propaganda con la que ahora se cargan todos los cañones, una contienda de esas en las que la primera víctima es la verdad. La mentira gana, por tanto. Y la injusticia también. Por eso tan español de despreciar lo propio, de no valorar a los hijos más ilustres, Blas de Lezo, después de una carrera militar gloriosa, tras enfrentarse a los ingleses con una cuarta parte de hombres y cañones y ganarlos en la defensa de Cartagena de Indias, tras derrotar a la flota más fabulosa que el mundo conoció hasta el desembarco de Normandía, murió traicionado, apestado y arrinconado en una inmunda fosa.
Estatua erigida en Madrid a Blas de Lezo. Foto Ángel Díaz (EFE).


Siglos después, cuando se trata de reparar esta injusticia histórica con una estatua en Madrid, desde Cataluña se rescata de la brillante hoja de servicios de Don Blas su presencia en la Guerra de Sucesión como capitán de uno de los buques que participó en el bloqueo de Barcelona. Y se pide que esa estatua sea eliminada al nacer. Y es una contradicción fabulosa. 
Lo es porque, en teoría, a los partidos independentistas no debiera importarles nada de lo que suceda en Madrid. A ver si alguien va a pensar que en Cataluña aún queda quien sienta como propio lo que ocurra en el resto de España. Por otro lado, la erección de esta estatua se ha hecho por medio de un proceso participativo canalizado a través de la plataforma change.org, que reunió 10.700 firmas y 150.000 euros de muchos ciudadanos. No debiera quedar en el aire que los partidos soberanistas catalanes están en contra de los procesos participativos, aunque sean procesos pagados con el dinero de los particulares.
A Blas de Lezo lo llamaban el Mediohombre. Había perdido un ojo, un brazo y una pierna defendiendo a unas autoridades que no lo merecían. Tal vez sea esto lo que más molesta de la estatua: retrata la lealtad de un servidor al Estado, aunque ese Estado no le pagase. Puede que sea precisamente eso lo que no se entiende en una parte de la política catalana de hoy, donde no se es fiel al Estado que se representa, aunque éste pague muy bien. Blas de Lezo es un héroe en un país que hoy es de los villanos. No cuadra.
Por eso Joan Laporta y su Democràcia Catalana deberían buscarse otro objetivo. Don Blas no perdió nunca más batalla que la de la fama. Esa que ahora, gracias a los soberanistas catalanes, empieza a ganar también.