Iniciativa, dentro de Change.org, para que se suspenda la final de la Copa del Rey si se pitara el himno español. |
Ya
está aquí la Copa del Rey. Y ya están, otra vez, el F.C. Barcelona y Athletic
de Bilbao en la final. Y ya está aquí el asunto de la pitada al himno español. Raca, Raca, que diría Peridis.
Los
ejemplos de cómo el fútbol y la política confluyen son legión, pero éste, sin
duda, es el más claro de todos. La Copa es el Campeonato de España, nació en la
mayoría de edad de Alfonso XIII y, desde entonces, esa copa la dona el Rey. Es,
como el propio rey, un símbolo político. De Estado.
Sólo
quien pensara que esto era deporte puede estar sorprendido por lo que está
pasando. Centro y periferia, nacionalismos todos, nuevamente enfrentados. De
fondo, el barullo legal en que está metido el Barcelona, cuyo presidente ha
decidido buscar también una explicación política a la situación procesal: hace
115 años que el club sufre persecución por catalanista. Es, más o menos, el “España
nos roba”, cuando quien roba no es
España. Dará más pulmones a la pitada.
Lo
mismo que ha hecho, en la trinchera contraria, Esperanza Aguirre, quien se ha
despedido de sus colaboraciones periodísticas antes de la campaña a la alcaldía
de Madrid, con una columna en la que pide que se suspenda el partido si hay
pitada. “El Rey y el Himno no
valen por ser el Rey y el Himno, sino porque nos representan a todos”, dice Aguirre.
A esa solución no parece hacerle ascos Javier Tebas, presidente de la Liga de
Fútbol Profesional (que no organiza el trofeo, claro) y que ha provocado
incluso la aparición de una plataforma electrónica de apoyo a la medida (ya pasan
de 30.000 las firmas y se buscan 50.000).
Desde
este blog, siempre ofreciendo alternativas de convivencia, no queremos que la
sangre llegue al río y proponemos, como en el caso de la consulta catalana, una
solución de compromiso. Cada vez que el Barcelona y el Atlhetic lleguen a la
final de la Copa del Rey, la pitada al himno sería considerada un episodio más,
inserto en el protocolo de la celebración. Una especie de himno al himno, con
la peculiaridad de estar interpretado por los propios asistentes a la
ceremonia, que se convertirían así en partícipes de la misma, en idéntica medida
que sus Majestades o los propios deportistas.
Sería
un caso de comunión máxima entre política, deporte y cultura. Asumido que ya se
han mezclado, especialmente en el caso de fútbol y política, estamos hablando
de verdadera participación ciudadana, sin castas, trampas, dobles
contabilidades ni tarjetas black. Esta
iniciativa de regeneración podría, incluso, ir en los programas electorales de las
próximas elecciones. ¿Acaso no es transparencia y libertad de expresión?
Es
más, si la cosa cuajara, podría solicitarse una declaración de patrimonio de la
humanidad a la UNESCO. Patrimonio cultural inmaterial. Ningún país del mundo posee
una tradición como ésta. Ni la tendrá jamás. Hay que protegerla, no se vaya a extinguir.
No parece solución descabellada, sería algo así
como el silbo canario, un lenguaje silbado que se emplea también en ceremonias,
incluso religiosas. El paralelismo es absoluto, pero con grandes ventajas para nuestra
propuesta. A saber:
1.
Un universo
muy superior. Actualmente el silbo canario sólo se practica en La
Gomera. Su universo de silbantes es, siendo optimista, de 22.000 almas. En una
final de la Copa del Rey de fútbol pueden llegar a ser 80.000 o 100.000
(como en este caso que se hará en el Camp Nou en alarde de neutralidad y previsión).
2.
Facilidad
de aprendizaje. No hace falta diferenciar entre silbidos vocales o
consonantes. El mensaje es tan corto que todo el mundo lo entiende. A la
primera.
3.
Economías
de escala. La medida puede aplicarse, con la misma inversión,
al baloncesto o incluso a deportes minoritarios, siempre que requieran
presencia del Jefe del Estado.
En fin,
es una solución. Si les parece bien, aplaudan. Si es lo contrario, silben. No
se corten.