Por los próximos 100 años juntos

A Elena Ribera, diputada de CiU, le pareció muy mal el anuncio que el cava Freixenet eligió para este año. La cosa no tenía que ver con los bailes de María Valverde, ni con la calidad de las canciones de Bisbal ni con la belleza de las clásicas burbujas. Lo que no le hizo gracia alguna es el eslogan de la campaña: “por los próximos 100 años juntos”. Concluyó la señora Ribera que la cosa iba más allá de vender espumoso y se refería a la crítica situación que viven las relaciones entre Cataluña y el resto de España. Es decir que, consultando los posos del cava, la diputada nacionalista interpretó que Freixenet decía no a la independencia. Eso no le gustó y hasta encabezó un amago de boicot al citado producto en Cataluña.
Foto: señal ETB.

El eslogan cala. Para partidarios y detractores, cala. Así que, desde los sectores nacionalistas, ha parecido más inteligente unirse a él que combatirlo. El contraataque lo sobrepasa en toda la línea. La doble lectura de Freixenet, que no niega ni su presidente Lluís Bonet, es un arma convencional, pero el fútbol, especialmente para esto del nacionalismo, es el arma atómica. Así que en el arsenal compartido por PNV y CiU han empezado a abrirse los silos para lanzar misiles en forma de selecciones nacionales, aprovechando que el deporte, especialmente el fútbol, ha pasado a ser ya uno más de los elementos constitutivos y hasta definitorios de cualquier Estado.
Si se tiene selección de fútbol se tiene Estado. Esto lo entienden hasta en Gibraltar. Sobre todo allí. Por esa razón aquellos partidos navideños, medio muertos desde hace años, ahora tienen más sentido que nunca. No ya por el apoyo de las organizaciones que buscaban selecciones propias en el País Vasco (Euskal Selekzionaren Aldeko Iritzi Taldea) o Cataluña (Plataforma Pro Seleccions Esportives de Catalunya) sino por el de los jefes de los gobiernos autonómicos.
Por eso Artur Mas e Íñigo Urkullu, antes del partido acordaron hacer frente de forma conjunta a la “recentralización” del gobierno. Es decir, los representantes del Estado español en Cataluña y el País Vasco, decidieron atacar, con luz y taquígrafos, al Estado que los inviste de poderes y que les sigue pagando.
Íñigo Urkullu y Artur Mas aplauden los himnos autonómicos desde el palco de San Mamés (señal ETB).

Por eso Jon Redondo, director de deportes del Gobierno vasco, expresó su deseo de que este partido sea el último de una selección no oficial. Por eso también, Gerard López, entrenador de Cataluña, resaltaba que "evidentemente, es un encuentro reivindicativo que se sale de lo meramente futbolístico. También es un tema identitario y en esto coinciden los dos equipos".
En estos casos se suele decir que el resultado es lo de menos. Aquí podemos ir más allá: el partido fue lo de menos. Los coros, danzas y pendones exhibidos se podían esperar, incluso las pancartas que sostenían los jugadores de la selección española. Lo único realmente novedoso fue asistir a la interpretación de los himnos en respetuoso silencio en unas gradas llenas de esteladas e ikurriñas. Pero el verdadero partido ya se había jugado en el palacio de Ajuria Enea, con la victoria de ambos contendientes, corroborada en San Mamés con fraternal empate. Perdió España.
 Quien se enfrenta a otra selección se enfrenta también a otro país. Hace cien años que Cataluña y el País Vasco lo hicieron por vez primera, pero nunca con el simbolismo de ahora. Hasta el momento todos los partidos fueron amistosos. La intención política de los gobernantes de estos territorios es que, a partir de ahora, sean oficiales, es decir, nunca más “amistosos”.
Foto: Alfredo Aldai para EFE.


Al final, todos contentos, brindando con txakolí sin equívocas burbujas, por el final de los encuentros amistosos y por otros cien años juntos… siempre y cuando estén separados de España, claro.

Patria o muerte

La muerte se asomó al Manzanares para festejar un partido de fútbol. Al río se fue con la vida de un hombre que no parecía tener más patria que el fútbol, la misma, por cierto, que quienes lo tiraron al agua con el bazo y la cabeza reventados.
Para los dos ejércitos de sin cerebro que se citaron el 31 de diciembre a la rivera del río el fútbol era, en efecto, su patria. El fútbol y nada más. Riazor Blues y Frente Atlético. Nacionalismo gallego de izquierdas y nacionalismo españolista fascistoide. Dos bandos que tienen sus brazos en estas dos bandas armadas de cualquier cosa que haga sangre, de todo menos palabras.
El Frente Atlético y alguno de sus símbolos (Foto: byatleticofans).

 Un problema viejo. En España no parece existir la patria salvo cuando se encarna en este deporte: si hay victoria, si hay celebración, si hay juerga y banderas, si se gana el Mundial. Es el único momento de acuerdo en una empresa común, el único en que no hay discusión.
El resto del año el fútbol lo ocupa todo para unos grupos que lo han hecho su razón de ser. Su patria chica y su patria grande. Que lo utilizan por las facilidades y hasta la impunidad que las organizaciones de este deporte ofrece a los que embozan en él sus pretensiones y su verdadera ideología. No hay sitio como un estadio para concentrar a 80.000 o más personas; para gritar con libertad aquello que interese, para corear consignas políticas o mafiosas, para decirle al jefe o al vecino aquello que se calla en el ascensor.
Un estadio de fútbol puede amparar lo peor de cada uno con naturalidad, sin peligro, con permiso de la autoridad competente, ya que el tiempo siempre lo permite. En algunos países ha servido para que se grite pidiendo libertad, en países como el nuestro sirve para que algunos asesinos avienten su rabia, entrenen sus músculos, engrasen sus armas y se cisquen en todo y todos con retrasmisión televisiva planetaria. Sólo existen ellos y los suyos.
Y vuelven las patrias. La del fútbol es sólo la coartada, por debajo asoman las banderas de las otras. Son conocidas. Son de las patrias viejas. Son las banderas nacionalistas gallegas, as estreleiras que la policía retiraba a la puerta de los estadios a los Riazor Blues, ante la protesta del Bloque Nacionalista Galego (BNG). El mismo BNG que, aliado ahora con Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), pide la comparecencia en el Congreso del ministro de Educación Cultura y Deporte, para que explique qué medidas piensa adoptar su departamento para “erradicar la violencia del deporte”.
Los Riazor Blues y algunos de sus símbolos (Foto: GN A Coruña).

Enfrente ondeaban las banderas de una España que ya no es, pero que el Frente Atlético exhibe colgada de las garras nazis o partida por la guadaña de la parca. “Atleti o muerte”, dicen, pero están diciendo “patria o muerte”, como aquel comandante caribeño, barbudo y fumador. Ya es hora de que alguien mande “a parar”.
Con el beneplácito de todos han tomado como excusa lo más miserable que la patria como concepto ha aportado a la Historia. Su patria es sólo suya y ni tan siquiera es el fútbol. Es la que retratara Samuel Johnson, cuando dijo que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”.
Patria o muerte. Había dos opciones y, por desgracia, siguen eligiendo la peor.


Joan Laporta contra Blas de Lezo


Sólo en Matrix y en España un combate como éste es posible. Me refiero a la contienda entre un expresidente del Fútbol Club Barcelona y un glorioso marino muerto en el siglo XVIII. Y, como creo que no estamos en Matrix, sólo podemos estar en España. Aquí, con el permiso del Pequeño Nicolás, pasan estas cosas tan raras.
Tal vez si no fuera por Joan Laporta este artículo no tendría cabida en un blog como éste, pero el bueno de Laporta, que ha usado el fútbol para pasar a la política, al no ganar en este terreno ninguna copa, ahora está usando la política para volver al fútbol, con lo que es pertinente anotar tan fabulosa anacronía. Tarde o temprano, esto nos acabará llevando del terreno de la controversia al terreno de juego, si seguimos la trayectoria de Don Joan.
He dicho anacronía pero tal vez quería decir ucronía, pues de eso se trata ahora. Algo tan querido por los nacionalismos que sólo puede compararse el uso que el catalán hace de la Guerra de Sucesión, con el que el franquismo hizo del Imperio o los Reyes Católicos. Las cosas no fueron así. Nunca lo son cuando el pasado se utiliza para justificar el presente. Mucho menos cuando con esa maniobra se intenta torcer la realidad.
Volver a la Guerra de Sucesión es, sobre todo, querer guerra. Usarla para fabricar la munición de propaganda con la que ahora se cargan todos los cañones, una contienda de esas en las que la primera víctima es la verdad. La mentira gana, por tanto. Y la injusticia también. Por eso tan español de despreciar lo propio, de no valorar a los hijos más ilustres, Blas de Lezo, después de una carrera militar gloriosa, tras enfrentarse a los ingleses con una cuarta parte de hombres y cañones y ganarlos en la defensa de Cartagena de Indias, tras derrotar a la flota más fabulosa que el mundo conoció hasta el desembarco de Normandía, murió traicionado, apestado y arrinconado en una inmunda fosa.
Estatua erigida en Madrid a Blas de Lezo. Foto Ángel Díaz (EFE).


Siglos después, cuando se trata de reparar esta injusticia histórica con una estatua en Madrid, desde Cataluña se rescata de la brillante hoja de servicios de Don Blas su presencia en la Guerra de Sucesión como capitán de uno de los buques que participó en el bloqueo de Barcelona. Y se pide que esa estatua sea eliminada al nacer. Y es una contradicción fabulosa. 
Lo es porque, en teoría, a los partidos independentistas no debiera importarles nada de lo que suceda en Madrid. A ver si alguien va a pensar que en Cataluña aún queda quien sienta como propio lo que ocurra en el resto de España. Por otro lado, la erección de esta estatua se ha hecho por medio de un proceso participativo canalizado a través de la plataforma change.org, que reunió 10.700 firmas y 150.000 euros de muchos ciudadanos. No debiera quedar en el aire que los partidos soberanistas catalanes están en contra de los procesos participativos, aunque sean procesos pagados con el dinero de los particulares.
A Blas de Lezo lo llamaban el Mediohombre. Había perdido un ojo, un brazo y una pierna defendiendo a unas autoridades que no lo merecían. Tal vez sea esto lo que más molesta de la estatua: retrata la lealtad de un servidor al Estado, aunque ese Estado no le pagase. Puede que sea precisamente eso lo que no se entiende en una parte de la política catalana de hoy, donde no se es fiel al Estado que se representa, aunque éste pague muy bien. Blas de Lezo es un héroe en un país que hoy es de los villanos. No cuadra.
Por eso Joan Laporta y su Democràcia Catalana deberían buscarse otro objetivo. Don Blas no perdió nunca más batalla que la de la fama. Esa que ahora, gracias a los soberanistas catalanes, empieza a ganar también.

La solución a la consulta catalana


Madridista votante en la ya célebre foto de Marta Pérez para EFE.
La imagen más repetida del vicereferéndum catalán del 9-N ha sido la de un votante ataviado con la camiseta del Real Madrid. Con un par.
La foto gustó mucho a unos y disgustó profundamente a otros. Los primeros pensaron que al buen señor se le suponía valor, una dosis suficiente como para desembarcar en Alhucemas. A otros, que se explotase tanto esa imagen les causó hartura. Parecía injusto lanzar sombras, no ya sobre el proceso catalán, sino sobre Cataluña toda, como si no fuera posible salir con esa camiseta por aquellos pagos. Se había convertido en noticia algo que no lo era, sólo el ejercicio de la libertad de expresión.
He aquí la clave, no la libertad, si no la expresión. ¿Era casual el atavío? ¿Ese señor se fue a votar con lo primero que pilló por casa? Como buenas preguntas retóricas, ya van respondidas y más en un blog como éste. No sería necesario un artículo para demostrar que el Real Madrid, quiéralo o no, representa a España, sobre todo en Cataluña.
El asunto es más claro aún en un momento como éste, en que la efervescencia independentista está haciendo replantearse hasta las más recientes interpretaciones de la cuestión. Hace sólo dos años dejó escrito Simon Kuper en su libro Fútbol contra el enemigo que “El Barça es el símbolo que Cataluña necesita en lugar de un Estado”. Pues bien, la cosa ha cambiado tanto en tan poco tiempo que no queda más remedio que trocar los términos de esa frase hasta concluir que el Real Madrid es el símbolo que Cataluña necesita en lugar de un Estado… Español, por supuesto.
La cosa de la camiseta tiene su importancia. En este diálogo para besugos que suponen los últimos tiempos de la cuestión catalana, los contrarios a la segregación echan de menos una presencia tangible del Estado español. Que aparezca, que diga, que haga. Por eso, si no pasa por allí, si no hay brazo armado de la fiscalía, si los jueces temen ser desproporcionados, la presencia del Estado queda a salvo con uno de sus símbolos: la camiseta del Real Madrid. Un vicario del Estado español intentando, se supone, que no nazca el Estado catalán. Está tan claro que la situación contraria, un independentista catalán del Real Madrid, le ha dado al maestro Forges para una viñeta: de chiste.

El madridista embozado de Forges en El País, 11-XI-2014.

Por eso hay que volver a la foto del votante. Si, con la que está cayendo, un ciudadano se atreve a ir a votar en Cataluña a cuerpo gentil, con la camiseta del Madrid, además en su variedad de manga corta, puede ser que se trate de algo más que un machote, que su gesta sea más que un heroísmo singular. Y puede que, llegado el caso, no sea imposible que se repita y hasta que se multiplique. Podría ser la punta de un oculto iceberg que no aparece en las cartas de navegación de Oriol Junqueras, muy feliz en el puente de mando del Titanic de la independencia. ¿Acaso no es el Madrid el segundo equipo de Cataluña? ¿Acaso no le es fiel, dicen, el 20 % de la parroquia? Únanse a estos los indecisos, los periquitos y los conocidos de la familia Pujol Ferrusola y empezará a aflorar masa crítica. Tal vez estemos encontrando la salida a este endiablado bucle soberanista.
Me explicaré. Podría llegarse a un acuerdo que fuese bueno para ambas partes. Que no provocase situaciones incómodas, ni necesitase de locales públicos, ni siquiera vulnerase ley alguna. Una salida dialogada, incruenta, deportiva, Fair Play. Y barata. Que ya se sabe que donde fueres…
Desde estas páginas se propone que se convoque a todos los residentes en Cataluña a salir a la plaza mayor de sus pueblos y ciudades a fecha y hora concretas. Los partidarios del Estat Català han de llevar la camiseta del Barça, los del Estado Español la del Real Madrid. El escrutinio lo podrán hacer árbitros FIFA, por supuesto internacionales, para garantizar la limpieza del proceso.
Como la ley ha dejado de ser lo más importante, no habría mucha diferencia con el cuasireferéndum de hace unas horas. Puede que este sentimiento primario y rotundo, que no admite casillas, aunque si piques, que no tiene dobleces ni confusiones, que no tiene SÍ/SÍ, ni  NO/NO, ni SÍ/NO ni siquiera NO/SÍ sea la solución. O se es o no se es. O se quiere un Estado o se quiere el otro. Blaugrana o blanco (y en botella).
En fin, se ofrece de forma totalmente desinteresada esta idea a los gobiernos catalán y español y si, una vez realizada la consulta, en forma de simulación en diferido de proceso participativo, una de los dos partes no está conforme con el resultado, siempre le puede echar la culpa al árbitro.

Barras y estrellas


Familia con las camisetas-senyeras del Barça en la Diada de 2014. Foto: Cristóbal Castro para El País.

Lo que diferencia a una bandera de Cataluña, de una bandera independentista de Cataluña es, fundamentalmente, una estrella. Esos astros que se adaptaron a la cuatribarrada para calcar la bandera cubana y, tal vez, seguir su camino de alejamiento de la madre patria. Ahora que, con una mínima distancia, vemos lo que queda de la Diada del tricentenari, además de mucho ruido y ninguna nuez de nueva cosecha, queda lo de siempre: el papel estratégico que el F.C. Barcelona juega como vocero, no ya del nacionalismo, sino de la independencia de Cataluña
El club ha convertido a sus jugadores en banderas con mangas y los ha puesto a correr por el ancho césped del Camp Nou. Un estadio que ha vuelto a ser el parlamento de la calle, el lugar para gritar por la independencia, el sitio donde votar a mano alzada por si las urnas no salieran a la calle.
Poco queda en estas ocasiones que no sea política en la casa blaugrana. Poco. Y es un secreto a voces que lo que no se dice en la calle se dirá en el campo. Con gritos. A voces. Desde unas gradas que del “visca el Barça y visca Catalunya” han pasado a pedir la independencia.
Pancarta con el recuerdo de la Guerra de Sucesión con los colores del Barça y Catalunya. Foto: EFE

Esto es tan cierto, tan de tarde de fútbol en Camp Barça, que hasta los creadores del videojuego FIFA 15 le han incorporado, en el ambiente, los gritos de independencia del minuto 17:14. Para dar más realismo al producto. Y, como estas multinacionales no arriesgan un céntimo, va a resultar que la independencia es negocio. Al menos para el FIFA.
Tweet de Gerard Piqué mostrando a su hijo con la camiseta-senyera en la manifestación de la Diada del 2014.

Los del juego han puesto el grito en el cielo de los píxeles, enlatando la protesta para llevarla a todo el mundo sin que pierda propiedades ni vitaminas.
 La calle ha puesto las barras. Largas, muy largas, para componer esa uve reivindicativa.
Y el Barça ha puesto las estrellas a jugar en el campo. Con la obligación de recordar que, hace trescientos años, hubo una guerra civil, de alterado recuerdo, y que hoy se libra otra con propaganda y con pelotas (o sin ellas). Sus camisetas lo dicen, aunque ellos hayan nacido en Rosario, en Mogi das Cruces o en Arguineguín.

Todo sea por la causa.

Borbones y balones

La patria de los Borbones y la patria de los balones celebrando juntas la victoria del Mundial 2010.

La Providencia, la casualidad, la justicia poética, el cambio climático o el gobierno han querido que, con un día de diferencia, salieran a la calle la patria de los Borbones y la patria de los balones para preguntarle a los españoles si quieren más a papá o a mamá.
En unas horas la monarquía y la selección de fútbol se jugaron el porvenir. La cosa tiene más calado de lo que parece ya que, cada uno con su carga simbólica propia, representan lo mismo: España.
Según esa constitución que ahora dicen que nadie votó, el Rey de España es el jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia. Y la selección de fútbol fue, hasta el pasado miércoles, la España que movilizaba de verdad al pueblo en su sentimiento de pertenencia a la nación. Por lo tanto otro símbolo de unidad y permanencia en la victoria.
Fuese casualidad o maniobra, la cosa no estaba mal traída. Si la España del fútbol ganaba a Chile, el nuevo rey sería quien marcase los tantos. La réplica de la copa del mundo sobre la mesa de su nuevo despacho lo delata. Empezaría su reinado, casi desde el banquillo, recibiendo aclamaciones. Se podría apropiar de esos triunfos, de la alegría sincera de una parte no pequeña de los españoles. Una manera inmejorable de arrancar. Pues, como dijera en 2012 Manuel Marín, expresidente del Congreso de los Diputados: “en España no existe un sentimiento de autoestima colectiva excepto cuando Iniesta mete un gol”.
Pero Iniesta no marcó y el partido se perdió. La selección española vuelve humillada, subida a la máquina de los peores tiempos. La patria de los balones corre el peligro de viajar allí; antes de 2008. Cuando, con una selección perdedora, ni la patria del fútbol lograba reunir el entusiasmo colectivo. Antes de que las calles se poblaran de banderas de España, aunque fuese para celebrar goles. Y eso afecta a la patria de los Borbones, pues Felipe VI se va a encontrar un panorama rudo, de crisis, disgregación territorial, debilidad del Estado y descreimiento en los políticos. Y la tricolor, que el fútbol no se usaba ni para animar ni para celebrar, ondeando por ahí, aunque estuviera proscrita en la ceremonia de proclamación del nuevo rey.
En España la república es una causa torcida, hasta gafe si me apuran. Siempre que parece estar tocándose con los dedos se vuelve del revés. Los republicanos españoles ya se frotaban las manos al ver abdicar a un rey, incluso algunos tuvieron la astucia de votar en el congreso en contra de esa abdicación (que se quede, que ya le habíamos tomado cariño) y resulta que ahora, cuando la monarquía parecía desaparecer, se multiplica por dos sin necesidad de guillotina. Donde antes había dos reyes, ahora habrá cuatro. Como en la baraja. Todos los palos ya están sobre el tapete. No querías taza…
En esa baraja española, el viejo rey Juan Carlos pinta poco ya. Acompañado por la banda sonora de 19 salvas de cañón, se va a desempeñar el empleo de Capitán General en la reserva y lo va a hacer de por vida. Es una buena noticia, tanto para republicanos como para monárquicos, ya que España en estos momentos necesita precisamente eso: crear empleo de calidad y revalorizar las pensiones.
Sobre el tapete el rey nuevo ha perdido buenas bazas. Su reinado no arranca de la mejor manera. La patria del fútbol lo está complicando. Se ha vuelto contra quienes decidieron esta fecha futbolera que podía ayudar mucho, pero ahora puede ser lo contrario. Al volver los naipes del fútbol sólo se ven bastos. Aunque, si al asunto se le aplica la habilidad que ya se ve y ya se lee por ahí, no todo está perdido. La patria de los balones le puede hacer el último servicio a la patria de los Borbones.
Cuando las redes sociales hierven de alegría nacionalista mofándose de la España derrotada por dos antiguas colonias, cuando avanzan independencias al romperse ese resorte mágico que podía sacar banderas rojigualdas hasta en las ramblas, aún queda una salida. Ahora más que nunca esa maniobra diabólica que dicen maquinó El Sabio de Hortaleza tiene sentido. Hablo de “La Roja”. Ese personaje de ficción creado para no tener que nombrar a España. Las tornas se han cambiado: quienes antes hablaban de La Roja, ahora quieren decir España, pero, al revés, a la patria de los Borbones lo que ahora le conviene, con el permiso de Chile, es hablar sólo de La Roja.
Míster Hyde ha muerto. Y el doctor Jeckyll recobra su verdadera cara, pasados los efectos del bebedizo. Sólo “La Roja” ha sido derrotada y, como ese apelativo nació para rodear a España, ahora España no se siente aludida. Silba distraída con la ceja en alto, tipo Ancelotti, como diciendo ¿es a mi?

Pierde la patria de los balones, gana la patria de los Borbones…pero sólo estamos al descanso de un largo partido.